A continuación vas a leer un fragmento de El retrato de Dorian Gray. En él se produce una conversación entre tres personajes: el pintor Basil Hallway, autor del retrato de Dorian Gray; el personaje retratado, protagonista central de la novela, y su amigo lord Henry Wotton, quien provoca en él durante su conversación el despertar de la idea de lo efímera que es la vida y de lo apremiante que resulta, pues, adoptar un estilo de vida hedonista.
Dorian no respondió. Simplemente se limitó a pasar apáticamente por delante del cuadro y a volverse hacia él. Al verlo, dio un paso atrás y durante un instante un arrebato de satisfacción tiñó de color sus mejillas y una mirada de júbilo asomó a sus ojos, como si se hubiera reconocido por vez primera. Se quedó donde estaba, totalmente inmóvil y perplejo, ligeramente consciente de que Hallward le hablaba, aunque sin captar el sentido de las palabras del pintor. La sensación de su propia belleza le asaltó como una auténtica revelación. Jamás la había tenido hasta entonces. Los cumplidos de Basil Hallward se le habían antojado poco más que las simples exageraciones que produce la amistad. Les había prestado oído, se había reído de ellos y los había olvidado. No habían influido ni un ápice en su carácter. Luego había aparecido lord Henry Wotton con su extraño panegírico sobre la juventud y la espantosa advertencia sobre su brevedad. Eso le había conmocionado en aquel entonces y en ese momento, de pie con la mirada clavada en la sombra de su propia belleza, comprendió la auténtica realidad de la descripción. Sí, llegaría el día en que vería marchitarse y arrugarse su rostro, en que sus ojos se apagarían hasta perder su color y la elegancia de su figura quedaría por siempre deformada y rota. El color escarlata se borraría de sus labios y el dorado fulgor se desvanecería de sus cabellos. La vida que debía conformar su alma se encargaría de acabar con su cuerpo. Se convertiría en un ser espantoso, horrible y vulgar.
Mientras pensaba en ello, sintió una afilada punzada de dolor como un cuchillo que hizo estremecerse todas y cada una de las delicadas fibras de su naturaleza. Sus ojos, cubiertos de pronto por un velo de lágrimas, se tiñeron de una sombra amatista. Sintió como si una mano de hielo se le hubiera posado sobre el corazón.
—¿No te gusta? —preguntó Hallward por fin, ligeramente molesto por el silencio del muchacho, cuyo significado no supo entender.
—Por supuesto que le gusta —dijo lord Henry—. ¿Cómo no iba a gustarle? Es una de las grandes obras del arte moderno. Te daré lo que me pidas por ella. Tiene que ser mía.
—No me pertenece, Harry.
—¿De quién es, entonces?
—De Dorian, naturalmente —respondió el pintor.
—Qué muchacho más afortunado.
—¡Qué triste es! —murmuró Dorian Gray sin apartar los ojos de su propio retrato—. ¡Qué triste! Yo envejeceré y me volveré horrible y repugnante mientras él no envejecerá más allá de este día de junio… ¡Cuánto daría porque fuera al revés y fuera el cuadro el que envejeciera! Por eso… por eso… ¡lo daría todo! ¡Sí, no hay nada en el mundo que no estuviera dispuesto a dar! ¡Daría mi alma por ello!