EL GRAN HERMANO TE VIGILA
Enemigo del totalitarismo, George Orwell quería alertar a sus contemporáneos de las tiranías por venir y de la utilización que estas podrían darle a herramientas modernas para liquidar cualquier clase de libertad y de dignidad humana. La impactante parábola que creó en su novela 1984 no podía por menos de impresionar las mentes y moverlas a la reflexión. ¿Nos encaminábamos hacia un mundo en que el Gran Hermano lo vería y lo oiría todo, incluso nuestros pensamientos más íntimos? ¿Un mundo en que estaría tan controlado el lenguaje, tan pervertido, que sólo se podrían ya expresar opiniones conformes con el pensamiento oficial? ¿Un mundo en que todos los gestos, todas las opiniones, todos los sentimientos los observaría y los juzgaría una autoridad omnipotente que asegurase actuar en nombre de los intereses superiores de la especie humana?
Nacido en 1903, Orwell pudo presenciar el crecimiento de los dos principales regímenes totalitarios del siglo XX, el de Stalin y el de Hitler. Se opuso a los dos; con las armas junto a los republicanos españoles y, luego, escribiendo. Pudo regocijarse con el desplome del nazismo, pero cuando falleció —prematuramente, en 1950, de tuberculosis—, el otro totalitarismo parecía en todo su apogeo. Stalin llevaba aún con firmeza las riendas del poder, aureolado con el prestigio de haber salido vencedor de la Segunda Guerra Mundial; sus ejércitos ocupaban media Europa; acababa de conseguir la bomba atómica y el desenlace del enfrentamiento entre Occidente y la Unión Soviética era incierto. La pesadilla que describió el escritor arrancaba de la hipótesis de que una dictadura de tipo estalinista iba a dominar el mundo en general e Inglaterra en particular. […]
El Gran Hermano salió por la puerta, pero, en cierto modo, vuelve por la ventana. No porque haya nacido otro poder totalitario, sino por un fenómeno más difuso, más pernicioso: el crecimiento inexorable de nuestras angustias referidas a la seguridad.
Con la escasa perspectiva con que contamos cuando estoy escribiendo estas líneas, está ya claro que el mundo tras los atentados del 11 de septiembre no volverá a parecerse nunca más al de antes. […] Nos espera una larga temporada de disturbios salpicada de atentados, de matanzas y de atrocidades varias; una temporada peligrosa por fuerza y traumática en cuyo transcurso una potencia como los Estados Unidos querrá, fuere cual fuere su administración en cada momento, protegerse, defenderse, perseguir a sus enemigos allá donde se escondan, oír todas sus conversaciones telefónicas, vigilar cuanto escriban en Internet, controlar todas y cada una de sus operaciones financieras…
Es algo ineludible y no pueden evitarse los descarríos. Lo que se pretende es evitar que se les envíen fondos a los grupos terroristas. Pero se aprovechará también para comprobar si hay ciudadanos estadounidenses que estén defraudando a Hacienda. ¿Qué relación existe entre el terrorismo y el fraude fiscal? Ninguna. Pero, ya que se cuenta con la tecnología adecuada y con un buen pretexto para controlar, se controlará. […]
Tras dejar constancia de estas inquietudes, y antes de expresar unas cuantas más, me apresuro a destacar que, por fortuna, el mundo en el que vivimos hoy no se parece aún al que describe la obra de Orwell. De momento, los temores que podamos tener se refieren sobre todo a peligros potenciales. Las múltiples vigilancias que padecen nuestros contemporáneos suscitan irritación, incredulidad y a veces una legítima indignación; pero no, desde luego, espanto como el hundimiento de las dos torres neoyorquinas, el secuestro de las colegialas nigerianas por el siniestro «Boko Haram» o las decapitaciones filmadas. Ante tales abominaciones, nuestros demás temores se difuminan, por supuesto.
Pero hacemos mal en subestimar los peligros inherentes a una deriva «orwelliana». […] Lo que la hace posible son precisamente los avances de la ciencia y las innovaciones tecnológicas que siempre la acompañan, como su sombra, pervirtiéndola. Nos parece que avanzamos y, en realidad, vamos derivando. Progresamos en muchos ámbitos, vivimos mejor y más tiempo. Pero algo vamos perdiendo por el camino. La libertad de ir y venir, de hablar y de escribir sin que nos vigilen constantemente.
Como el aceite de un depósito agujereado, nuestra libertad se escapa gota a gota sin que le demos importancia. Todo parece normal. Podemos incluso seguir circulando deprisa, tarareando. Hasta el momento en que el motor falla. El vehículo no volverá a andar.
Amin Maalouf: El naufragio de las civilizaciones, 2019